Tenía un fuerte dolor de cabeza. Ramalazos intensos que se perdían en la nuca.
Al llevarme la mano a la sien, allí de donde procedía el dolor, toqué un trozo
de gasa sujetada por esparadrapo.
            -Has sufrido un vahído en el jardín y, al desplomarte te has golpeado la cabeza
con el aspersor de riego. Andrés te ha traído a tu dormitorio -Federico desvió
la vista hacia el hombre corpulento-. Le he pedido a Jaime que te revise para
estar tranquilos.
            André, solícito,
me ayudó a reincorporarme sobre el respaldo de la cama. Puso varios cojines en
mi espalda para que me sintiera cómoda. Se lo agradecí. Había llegado a
apreciarme pese a no ser una señora al uso. La nariz se me puso
respingona al percibir el olor a podrido que provenía de la sirvienta que se
mantenía en segundo plano con la rotweiler.
          El doctor Gutiérrez
exploró mis ojos con una linterna plateada e hizo que siguiera su regordete
dedo con la vista a la vez que me interrogaba. Derecha izquierda, derecha
izquierda, derecha izquierda, centro.
          -¿Cómo se llama?
          -Cintia… -Federico lo mencionó
varias veces mientras me desvanecía, con tono alarmante.
            -¿Cuántos años tiene?
           Miré al doctor Gutiérrez con el ceño
fruncido, que interpretó inmediatamente tratándose de mí, que preguntarme por
mi edad estaba totalmente fuera de lugar y más con la concurrencia del
dormitorio.
            -¿Dónde
vive?
            -En
esta casa.
            -¿Podría ser más concreta? –inquirió el doctor Gutiérrez resoplando.
            No, no podía serlo.
            -Me
duele mucho la cabeza. Tengo sueño.
            -¿Recuerda la caída?
            -Un mareo y después un golpe –volví a tocarme el vendaje.
            Tenía la mitad de la camisa ensangrentada. Debía haber perdido mucha sangre.
Tanta que quizás hiciera falta una transfusión urgente… El doctor Gutiérrez no
le daba importancia al hecho de que me hubiera desangrado. Quizás estaba
conchabado con la apocalíptica.
          -Parece que todo está normal, pero
vamos a hacerle unas placas para mayor seguridad. Nos vemos en el hospital en
media hora.
            Jaime Gutiérrez  se dirigía hacia la puerta con la mano de su viejo amigo
sobre el hombro, seguidos por André, Rottie y la maloliente uniformada.
           -Abuelo, ¿me acompañarás? No quiero estar sola.
           Todos se giraron en mi dirección.
          -¿Abuelo? –dijeron
al unísono con las voces perfectamente sincronizadas.
           -Querida, no me separaré de ti ni un solo segundo.
          Federico acudió a mi encuentro abriéndose paso entre la corte de asalariados
con el rostro mudado. Se sentó a mi lado y dejó que reposara mi cabeza dolorida
sobre su pecho.

 
Que emoción, por fin una lágrima. Sin duda el efecto retardado de tanto manipular cebollas. Enhorabuena.
ResponderEliminarSaludos líquidos
Que emoción, por fin una lágrima. Sin duda el efecto retardado de tanto manipular cebollas. Enhorabuena.
ResponderEliminarSaludos líquidos
Amigo Uno:
ResponderEliminarLa primera lágrima me la arrancó el sauce y la segunda su coetáneo. Qué raro es llorar de verdad.
Saludos sinceros.