domingo, 15 de octubre de 2017

70. El vagón



             “Era alta y esbelta sin formas definidas. Caminaba exageradamente como la diva que era. Los clientes se desvivían por complacerla, albergando la esperanza de conseguir sus favores. Llenaban su camerino de chocolates y flores y cuando entre sus labios carmesí apresaba un cigarrillo, acudían solícitos a encendérselo. Ella disfruta de las atenciones de sus admiradores pero no alternaba con ninguno de ellos.”
Federico la siguió hasta su camerino una noche.
“Cuando cantaba con aquella voz tan sensual no podía apartar los ojos y cuando los suyos me buscaban me alborotaba por dentro. Estaba embrujado. No podía evitar que el corazón me palpitara en exceso ni que la respiración se me entrecortara. Las manos me sudaban y sentía un calor abrasador dejar un rastro de lava en su recorrido por el esófago.
-¿Te encuentras bien, querido?
Me desabroché dos botones de la camisa.
-Voy al servicio y nos marchamos. Esta noche hace mucho calor aquí dentro.
Tranquilicé a Juanibel, cuya única preocupación era yo.”
La cupletista terminó de interpretar una canción y bajó del escenario para descansar unos minutos antes de proseguir con el recital. Federico fue detrás de ella, pero en lugar de detenerse en el servicio de caballeros, lo hizo en la puerta del camerino. Al verlo allí parado cuando se disponía a cerrarla, Lola sonrió como si llevara tiempo esperándole…
-¡Furcia!
La jineta apocalíptica se pronunció concomida por la rabia. Federico continuó con sus recuerdos pasando por alto la interrupción.
“Me abalancé sobre ella sin pensarlo y la besé contra el espejo de la pared, perpendicular a la entrada, con furia. Notando como la ola de calor me arrasaba culminándome al sentir sus manos rodeando mi cuello y correspondiendo con el mismo desenfreno a mi impetuosidad.”
La apocalíptica no pudo contener un grito de lo más inoportuno. Los presentes, el servicio incluido, estábamos de lo más enganchados a ese beso desfogado que mi marido protagonizó con la cupletista y me atrevería a asegurar que algunas entrepiernas palpitaron.
-¿Cómo pudiste ser desleal a madre?
La entrepierna de la jineta se mantenía inalterable.
-Hija, aún no he terminado de contároslo todo y posiblemente tú seas la menos indicada para reprocharme nada… ¿Debo recordártelo?
La llanera solitaria apretó los labios y le pidió a André que le trajera un vaso de agua… Mi estimada hijastra había experimentado la erupción en volcanes ajenos. Qué madeja de lana más atractiva para tirar del hilo.
“Sucumbimos a un deseo incontrolado. Lola me enloquecía. Despertaba a la bestia que habitaba en mí y la mecía entres sus brazos. No podía despegarme de su cuerpo. Era un imán cuyo campo magnético era imposible eludir. Con ella perdía toda cordura, y en ella me habría perdido si unos nudillos no hubieran golpeado la puerta, para que continuara con el espectáculo. Volví al lugar y tiempo del que había huido a su lado recobrando poco a poco el seño, y me aparté bruscamente de ella, consciente de lo lejos que podía haber llegado aquello si no nos hubieran interrumpido.
Avergonzado por dejarme llevar por mis instintos y culpable por haber traicionado a Juanibel, levanté la mirada del suelo para disculparme y entonces lo vi reflejado en el espejo. Estaba sobre una estantería al lado de un jarrón con flores y unos guantes rojos. El corazón me dio un vuelco.
            El vagón”


 

2 comentarios:

  1. Un giro inesperado..., bueno siendo Dado, como los objetos de los que toma el dado, sus giros y volteretas siempre son imprevisibles.
    Fedérico debería haber mirado debajo del sillón en un lugar común donde suelen ir a para los dados.

    Saludos saltimbanquis

    ResponderEliminar
  2. Amigo Uno:

    La vida es inesperada e imprevisible.
    Cuando los que se separan no vuelven a encontrarse, siempre en ellos permanecerá el recuerdo.

    Saludos sinceros.

    ResponderEliminar