La presencia impuesta por Federico de Alex en la
reunión, terminada mi intervención, era un misterio para los asistentes,
incluido para el propio Alex, que en su marcha se las habría ingeniado para
desaparecer de la ciudad un temporada larga, como mínimo hasta que los hechos
oníricos que yo había relatado
prescribieran. Estaba convencido, como todos los demás de que mi despliegue de
sinceridad tendría consecuencias con la justicia, y que Federico, con tanta
reminiscencia centenaria, solo estaba
demorando el momento de que me detuvieran, que hicieran lo mismo con él y con
Marina/Eva, en calidad de cómplice en sus tejemanejes.
No a más tardar descubriríamos que todo quedaba
en familia, pero antes Federico tenía que ocuparse de la época de su vida en la
que fue más feliz… Tánger.
Los dos amigos se estaban sentados en la terraza
del Continental frente al mar, donde Dado le relató los fragmentos de su vida
que les había vuelto a unir en un país extranjero.
“A principios de 1936 a la aldea llegaron unos
comediantes que recorrían en una destartalada camioneta los pueblos de todas
las regiones con un espectáculo de varietés.
Se apearon delante del único hostal que había,
en la plaza de la fuente. El conductor, un hombre corpulento con pelo en los
laterales de la cabeza, descendió del
vehículo, seguido del copiloto, más delgado y alto que el primer hombre y se
dirigieron a la parte de atrás para ayudar a bajarse a dos mujeres, una mayor
que la otra, y a un hombre trajeado con una línea de pelos enfilados encima del
labio superior. Los cinco desfilaron hacia el interior del hostal.
Atravesé
la plaza con paso rápido y entré por la puerta por la que segundos antes lo
habían hecho los forasteros. En la aldea nunca pasaba nada de interés, por lo
que la llegada de cinco desconocidos en una camioneta, suscitó mi curiosidad.
Antoliano es el propietario del hostal junto a
su esposa Rosario, una casa de dos alturas construida en piedra, con seis
habitaciones en la primera planta y un baño que da servicio a los dormitorios,
y que eventualmente ocupan viajantes que están de paso por la zona. Antoliano y
Rosario viven de lo que le da el bar de la planta baja, al que algunos vecinos
van a comer al mediodía o durante la sobremesa juegan al dominó o al mus.
Me quedé en la puerta parado observando
ensimismado a los personajes más variopintos que había visto en la vida.
El hombre gordo hablaba con Antoliano mientras
que el resto miraba con interés el vestíbulo del hostal, del que ascendía una
escalera de madera que conducía al primer piso. En la planta baja, en una
habitación contigua al bar, se hospedaban Antoliano y Rosario.
Todos excepto el hombre gordo se giraron en mi
dirección al percibir el olor de los quesos. Obedecí a Antoliano cuando me
indicó que entrara en la cocina, donde Rosario me esperaba. Me abrí pasó entre
los visitantes y desaparecí por la puerta de detrás del mostrador. Al poco
Antoliano entró e informó a su mujer de que durante dos días iban a tener
huéspedes y que esa noche, habría un espectáculo. La cara se me iluminó”.
Querida Cintia, nos conocemos desde hace años, aunque no tantos como para peinar canas.
ResponderEliminarEste ejercicio de exorcismo público te servirá para liberarte de anclajes que no te hacen bien. Sin cargas a tus espaldas, la vida te pesará menos.
Tu abuelo era un hombre execpcional. Tu también lo eres.Créetelo.
Recibe el abrazo de una amiga.
Daniela, querida siempre, me estoy deshaciendo de una parte de mí que no me gustaba, asumiendo lo que era y lo que soy ahora.
ResponderEliminarDesnudar el alma es la mejor medicina para curarla.
Te devuelvo el abrazo, con máximo afecto.
Queridas las dos, pero que empalagosas sois cuando hacéis un uso indiscriminado del azúcar.
ResponderEliminarDani, me recomendaste la tragicomedia de una amiga y estoy que no salgo de mi asombro. Dejémoslo ahí.
Cintia, después de atragantarme en algunos momentos con tu vida (tengo la esperanza de que lo que he leído sea una broma), si Dani te tiene en estima, algo bueno debe haber en ti. Quizás lo encuentre algún día.
Un saludo (sin edulconantes).
Amigo Carlos, no se lleve una impresión equivocada de mi persona. Los errores no se enmendarían si no se cometieran antes. Estoy en el camino.
ResponderEliminarLe agradezco los minutos que ha dedicado a interesarse por mi vida.
Saludos sinceros.