sábado, 23 de marzo de 2019

98. Memorias de una jeta



             Inicié este viaje hacia el pasado hace más de cuatro años. Escribir mis recuerdos me ha servido de distracción en lo largas que se hacen las horas y me ha enfrentado a episodios de mi vida que hubiera preferido que no se produjeran, aquellos que tienen que ver con mi impetuosidad y la carencia de afectación hacia personas.
Las experiencias, buenas o malas, guían hacia donde encaminamos nuestros pasos, y en el mejor de los casos, enseñan. He aprendido de los errores y seguiré haciéndolo con los nuevos que cometa.
Me tomo un receso en la redacción de mis memorias. Después de vaciarme, debo tomar distancia para empezar de nuevo. He descubierto que me gusta escribir y que hacerlo sobre vivencias propias libera el alma que planea a sus anchas si anclajes que la fijen a ningún sitio. Estoy en tiempos de cambios. Cuando me asiente llenaré hojas de tinta azul.
En pocas semanas regresaré al mundo del que he estado retirada. Me levantan el castigo por buena conducta... Al menos esto lo he hecho bien. Una mezcla de temor y expectación me mantienen despierta en las horas de oscuridad, desde que sé que me encontraré con mi hija, mi pequeña Aldonza, a la que sueño estrechando entre mis brazos durante horas sino no se cansa antes, y con una vida que será otra.
En mi celda tengo una ventana pequeña y alta con rejas. Por las noches cuando me tumbo en el camastro miro la única estrella que se ve, y pienso en quienes la estarán mirando y desde donde.
Aún pienso en él.
Yuco.
 
 



 
 

 
 

sábado, 16 de marzo de 2019

97. Mi hija




 
Aldonza Constanza Guiomar Van Heley de Haut nació en primavera. Tiene los ojos almendrados del padre y el color esmeralda de los de la madre. Es la criatura más hermosa que podría haber alumbrado.
             Pronto cumplirá cinco años.
            Mis padres se ocupan de su educación mientras estoy fuera. Tienen la oportunidad de redimirse de los errores que cometieron conmigo a través de su nieta.  Les pedí que no suplieran mi ausencia –ni la de un padre al que jamás he mencionado- concediéndole caprichos y dándole todo lo que yo tuve por ser hija única; que no hicieran de ella una versión actualizada de mí y que le enseñaran a valerse por sí misma para alcanzar sus objetivos.
            "Todo esfuerzo tiene su recompensa”.
             Esta es la frase que le bordé en cursiva mientras esperaba su llegada, llena de temores y expectación por conocerla, y que cuelga en su dormitorio enmarcada. Durante el embarazo aprendí a bordar, a hacer crochet, punto y a coser, solo para que mi hija estuviera rodeada por todo el amor que puse en cada sábana que bordé, en cada mantita que tejí, en cada chaquetita que la abrigarían como si fueran mis brazos ausentes.
            Algún día le contaré porque pasé tanto tempo fuera de casa en sus primeros años de vida. Sabrá que cuando no se actúa correctamente, el precio a pagar es muy alto. El mío fue la libertad.
             No le ocultaré como era, pese a que me avergüence recordar la frialdad de algunas conductas y conserve ramalazos necesarios para la supervivencia. De repente no tengo espíritu de santurrona, pero diferencio lo que está muy mal de pequeñas maldades que resarcen al alma.
            Los Van Heley de Haut se sorprendieron al comunicarles que iban a ser abuelos. Lo hice en su casa, después de la comida mientras nos tomábamos, ellos un café y yo una manzanilla para mitigar los efectos de la acidez de estómago. Inmediatamente a su mente acudió una duda que resolví sin demora.
             -Es mi hija y es vuestra nieta.
            Nunca me han preguntado por su origen aunque sospechan que es fruto de la cordura y no de la locura.
           Desde que confirmé su existencia en el baño de mi dormitorio de la mansión, supe dos cosas: que sería una niña y que nunca tendríamos mascotas en casa.
 

sábado, 9 de marzo de 2019

96. Regina



 
Regina me mantiene informada de los chismes de su círculo social, al que antes yo pertenecía. Sus visitas me entretienen. Desde que estoy aquí solo ha faltado dos veces a su cita mensual, la primera para casarse, la segunda para divorciarse.
           -No es que quiera copiarte, mi matrimonio ha sido menos exprés que el tuyo con Gonzalo, al menos he aguantado un año, pero coincido contigo en que el matrimonio no está hecho para nosotras… Todos los días levantarme al lado del mismo careto se me empezó a hacer cuesta arriba a los seis meses, y como tampoco tengo necesidad de pasarme el resto de la vida atada a un solo hombre, ya sabes que en la variedad está el gusto, se lo dije claramente: hemos acabado. Arturito enmudeció del golpe, pero su silencio respondía más que al dolor de la ruptura o la decepción del fracaso, al alivio de que hubiera tomado la decisión por ambos. El no lo hubiera hecho nunca aunque le costara la felicidad –suspiro profundo con aire resignado. Aunque no lo mencionara, sé que a Regina le hubiera gustado que su matrimonio durar cincuenta años para presumir al cabo de ese tiempo de historia de amor longeva, pero Arturito no es lo que esperaba y al darse cuenta cortó por lo sano-. Aquí me tienes tan divorciada como tú y con ganas de conocer maromo que solo quiera divertirse… En nuestra órbita es tan difícil encontrar a alguien así… Estoy pensando en darme un garbeo por barrios obreros. Tengo entendido que los hombres son más decididos y menos propensos a formalismos. Cuando salgas de aquí me acompañas y le das una alegría al cuerpo que desde que estás encerrada pocas se ha llevado.
           No le he referido que Gonzalo vino a verme y mucho menos que le besé para imponerme sobre su voluntad, ni que salí perdiendo porque se marchó sin que se le erizara el vello, prueba irrefutable de que sus palabras eran ciertas: me había dejado de querer.
           Regina comprendería la frustración que sentí como yo entendía su afán de conocer a otros hombres para compensar su fracaso matrimonial, aunque ella no lo considerara un fracaso de cara a la galería, sino una decisión inteligente. Nuestras actitudes van enfocadas a llenar vacios que se ahuecan con el aumento de la frustración. Cuando comprendimos esto la una de la otra nos empezamos a tolerar y nos tomamos simpatía. Lo cierto es que no auspiciaba que permaneciera a mi lado en mi descenso a los infiernos, ni que esperara paciente a que subiera a la superficie.
            Nuestro modo de entender la amistad, quizá no distara tanto de lo que realmente era.

 

domingo, 24 de febrero de 2019

95. Resarcimiento

                                     


             Gonzalo vino a verme en una ocasión.
             No me preguntó cómo estaba, mi aspecto desmejorado evidenciaba que no me parecía ni por asomo a la locuela con la que se casó y de la que se enamoró hasta el tuétano. Se abstuvo de ser cortés, lo que me extrañó teniendo en cuenta que en nuestro último encuentro, en aquella larga tarde en la salita del te, había notado cierta complicidad entre ambos e incluso llegué a pensar que me había ganado su perdón.
              Su expresión gélida no presagiaba que guardara ese día como agradable en la memoria.
              Sentado al otro lado de la mesa, mirándome a los ojos con firmeza me lo soltó sin miramientos, haciéndose acopio de la valentía que le faltó durante años para enfrentarse a mí.
             -No te quiero.
            No lo esperaba, mucho menos en las circunstancias en que me encontraba. Lo que Gonzalo sintiera por mí debería haberme importado tan poco como él, pero en el fondo menos profundo de mí ser, que al cabo del tiempo bebiera los vientos por servidora a pesar de los pesares, me concedía cierto poder narcótico sobre su voluntad, que me gustaba. Tan inesperado resultó que hubiera dejado de quererme como que hubiera planeado, como sospeché por las formas, trasmitírmelo en pleno hundimiento personal.
              La nobleza ausente de Gonzalo había abierto camino al calculador vengador que había sido lo bastante paciente para asestarme el golpe final. Me conocía mejor de lo que imaginaba. Con su manifestación dañaba mi amor propio, profundamente.
              -Eres retorcido.
              -Observarte me vale el calificativo. Estamos en paz.
               Eso creía él. La partida aún no había terminado.
             Gonzalo se levantó para dirigirse a la puerta desde donde su boca adoptó una concavidad y percibí un destello triunfal en su sonrisa.
             No perdí dos segundos en plantarme delante suyo y con toda la rabia que estaba sintiendo, le besé con desesperación, ganas y deseo. Desde que nos vimos en la cafetería donde le cité unas quince estaciones atrás, me apetecía un acercamiento. Su falta de querencia era el pretexto perfecto para descontrolarme. Quería probar al hombre en que se había convertido el anodino adolescente que fue mi marido.
            -Ahora estamos en paz –sentencié.
            -Lo tenía previsto.
            Golpeé la puerta cuando se cerró tras de sí.
            Desteto que me dejen con la palabra en la boca.

domingo, 13 de enero de 2019

94. La apocalíptica



            Alex es el hijo que la apocalíptica desterró de su vida. Consideró una vergüenza haber sucumbido a los encantos de su profesor de filosofía, casado sin descendencia, que le prometía separarse de su mujer asegurando que no la quería, para conseguir sus favores. A ella tampoco le costó dárselos. Con diecisiete años estaba en efervescencia juvenil, y que un treintañero - suponiendo que la llanera haya tenido alguna vez buen gusto, atractivo- se interesase en conocerla en profundidad, le halagó. Se enamoró o creyó estarlo y se entregó al placer de su cuerpo. Pocos meses después descubrió que estaba encinta. El miedo que le recorrió el cuerpo en forma de latigazo eléctrico viró en  ilusión por contarle la buena nueva a su amante. La noticia precipitaría los acontecimientos. El profesor se separaría de su esposa para casarse con ella y dar la bienvenida a su retoño.
             -No quiero tener hijos. Si decides seguir adelante con el embarazo será bajo tu responsabilidad. Tu reputación permanecerá intacta mientras seas discreta. Esto termina aquí.
             La solitaria se encerró en su dormitorio varios días en los que apenas comió y su aspecto se fue demacrando acompasado con el resentimiento de su salud. Juanibel alarmada por el apático comportamiento de su hija llamó al doctor Gutiérrez para que la reconociera. El diagnóstico, aún faltando una analítica que lo corroborara era claro: la niña estaba gestando un individuo futuro. No fue necesario que Juanibel insistiera en que le contara lo ocurrido,  la apocalíptica se echó a llorar desconsolada al tiempo que hipaba y admitió su romance con un profesor del centro educativo. Se negó a dar el nombre –por uno minutos- temerosa de que su círculo se enterase que había tenido una relación con un hombre casado, y solo lo hizo después de que Federico le asegurara que lo que les contara no transcendería de las paredes de la habitación.
            El profesor fue despedido fulminantemente por no cumplir con las expectativas educativas que el centro exigía a sus docentes… Esa fue la excusa para que el escándalo no viera la luz.
            La niña –me cuesta pensar en ella como un ser inocente- fue enviada a la residencia veraniega de San Sebastián durante un año. La versión oficial –también para sus hermanos- fue que estudiaría en París diseño, dado el interés que mostraba hacia la moda.
             Empaticé con ella mientras leía la carta de Federico, que casi consigue su propósito de que comprendiera porque su hija se ensañaba conmigo con crueldad… “Todos tenemos razones por las que hacer o no las cosas”. Treinta y siete segundos me puse en su lugar... No me dio ninguna pena.
             La misiva fe Federico fue la confirmación fehaciente a las sospechas que tenía sobre la maternidad de la malvada. En reunión que cambiara nuestras vidas, después de que Federico le pidiera a Alex que volviera a tomar asiento cuando este pretendió marcharse, empecé a observarle, a él y a la jineta y a encontrar similitudes entre sus rasgos. Alex no se parece a su madre, pero si se da un aire desvelador.
             Le enviaré estas memorias cuando las termine a mi hijastra con una nota: “Desde el afecto de una madre recibe uno de los cien mil ejemplares disponibles en las librerías de la capital de mis memorias. Confío que su lectura te sea entretenida y descubras quien soy”.
            Imaginarla recorriendo todas las librerías de Madrid preguntando por las memorias hasta darse cuenta de que era un bulo, me hizo experimentar un placer impagable.
 

sábado, 5 de enero de 2019

93. Renacer




Federico me escribió una carta pocos días después de alcanzar el centenario que comenzaba con una pregunta: “Querida ¿crees los milagros?”
            Tenía interés que conociera un hecho extraordinario que había acontecido en su cien cumpleaños. Ese día André le entregó un paquete sin remitente en el desayuno.  Lo desenvolvió con la idea de que se trataba de un obsequio de uno de sus hijos, con los que comería unas horas más tarde, pero ninguno de ellos se había mostrado detallista en extremo fechas anteriores y mucho menos madrugadores en expresarle su afecto.
            Una cajita de madera de pino tallada con motivos mozárabes, le trajo por nos segundos el aroma del mar de Tánger mezclado con el del café del Continental. Al abrirla, en un sobre del tamaño de una tarjeta de visita, encontró una nota manuscrita con caligrafía familiar: “Siempre te perteneció aunque lo tomara prestado. Gracias por tanto, amor.”
            Retiró el papel  manila que cubría el interior de la cajita y con dedos temblorosos, gobernado por la emoción, cogió el vagón que más de ochenta años atrás le había entregado a Dado.
           “Querida, siento la vitalidad de un niño atrapado en un cuerpo viejo.  La energía y fuerza me empujan a hacer cosas para las que no tengo edad. Quiero sentir la vida cada instante… He trasladado el Fabergé a la sala del te y ahora el vagón ocupa su lugar dentro de la urna”.
            Mi respuesta a su larga carta fue breve: “Querido, sí creo en los milagros. Has asistido a uno.”
            Desde entonces nos carteamos a espaldas de sus hijos, que creen que se han librado de mí para los restos, con la inestimable ayuda de André, al que le confiaría hasta el último de mis secretos.
            En una carta reciente me contó que había organizado  una barbacoa en el jardín para sus amigos tutakamones, que por increíble que parezca, son tan longevos como él, y como una llamarada saltó de la parrilla a su cabeza desatando el terror entre las viejas glorias al ver el pelo incendiado. Gracias a la rápida reacción de uno de los veteranos que le cubrió la cabeza con un paño de cocina previamente rociado de limonada y se la golpeó hasta sofocar las llamas, no hubo que lamentar una tragedia.
            “El resultado del infortunio es una calva en el lado derecho de la cabeza encima de la sien. Chamuscarse es asunto de familia, ¿no decías que mi hija olía chamusquina? Tendrías que verme…”.
            El vagón no solo le había devuelto el gusto por la vida, también el sentido del humor ausente en los años dedicados a sus negocios… Y yo era el artífice.

sábado, 22 de diciembre de 2018

92. Cerrando puertas



          Alex me llamó a los días de la reunión en la mansión. Dudé varios segundos antes de contestar, los que tardé en comprender que debía zanjar todos los asuntos que me ataran al pasado y Alex era uno de ellos.
         -Menudo espectáculo el que montaste ayer –carcajada socarrona. Pensar que Alex en otros tiempos me atraía me producía arcadas-. El integral fue apoteósico.
         -Supongo que el motivo de tu llamada es otro. No perdamos el tiempo y suéltalo ya. Tengo cosas que hacer.
         -Quería saber cómo estabas.
         -Preferiría que no me mintieras pero como no puedo elegir y no me apetece alargar este intercambio de absurdos, puedes estar tranquilo. Asumo toda la responsabilidad de lo que hicimos. Sigue con tu vida como si no fueras instigador de un delito.
         -Veámonos en tu apartamento y hablemos… Hay cosas que quiero explicarte…
            Destalles como que mientras me jugaba el tipo para mejorar el futuro de ambos, él se aseguraba el suyo liándose con una policía infiltrada en la mansión como sirvienta, que Federico me había puesto para que controlase mis pasos, auspiciado por Gonzalo, que tras nuestro encuentro en una cafetería a petición mía, dedujo que estaba tramando algo que no beneficiaría a nadie, mucho menos al propio Federico. Alex no contaba con que Marina fuera una policía encubierta y ni Federico con que se enamorase de Alex.
              Su tono suplicante era el preludio de que utilizaría cualquier táctica para llevarme a su terreno, inútilmente, por otra parte. Las arenas movedizas quedaron atrás. Solo pisaba tierra firme.
             -Adiós, Alex.
            Colgué.
            Mi ex amante no sabría que era nieto de mi marido.